Después de una ruptura
26 de abril de 2013 (11:49 a. m.) | 0 flores
“Después de una ruptura, ciertas calles, lugares e incluso horas del día son poco recomendables, la ciudad se convierte en un campo de batalla abandonado, sembrado de minas emocionales. Debes mirar bien por donde pisas o acabas hecha pedazos…”
Sex and the City
Lovers go home
23 de abril de 2013 (7:54 a. m.) | 0 flores
Ahora que empecé el día
volviendo a tu mirada,
y me encontraste bien
y te encontré más linda.
Ahora que por fin
está bastante claro
dónde estás y dónde estoy.
Sé por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola,
que del vecino
territorio del amor,
ese desesperado,
empezarán a mirarnos
con envidia,
y acabarán organizando
excursiones
para venir a preguntarnos
cómo hicimos.
volviendo a tu mirada,
y me encontraste bien
y te encontré más linda.
Ahora que por fin
está bastante claro
dónde estás y dónde estoy.
Sé por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola,
que del vecino
territorio del amor,
ese desesperado,
empezarán a mirarnos
con envidia,
y acabarán organizando
excursiones
para venir a preguntarnos
cómo hicimos.
Lovers go home
Mario Benedetti
Usted no sabe cómo yo valoro su sencillo coraje de quererme
10 de abril de 2013 (8:39 a. m.) | 0 flores
Usted Martín Santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aún en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.
Usted Martín Santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
pero debo ser floja incitadora de vida
porque me estoy muriendo, Santomé.
Usted, claro, no sabe
ya que nunca se lo he dicho
ni siquiera en esas noches
en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme.
Usted Martín Santomé no sabe
y sé que no lo sabe
porque he visto sus ojos
despejando la incógnita del miedo.
No sabe que no es viejo
que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años
yo estoy segura de quererlo así.
Usted Martín Santomé no sabe
qué bien, que lindo dice Avellaneda
de algún modo ha inventado
mi nombre con su amor.
Usted es la respuesta que yo esperaba
a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre
y yo la que abandono
usted es mi hombre
y yo la que flaqueo .
Usted Martín Santomé no sabe
al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría
sin previo aviso
de un brutal portazo.
Es raro
pero siento que me voy alejando
de usted y de mí
que estábamos tan cerca
de mí y de usted.
Quizá porque vivir es eso
es estar cerca
y yo me estoy muriendo
Santomé
no sabe usted
qué oscura
qué lejos
qué callada.
Usted Martín
Martín...
¿cómo era?
los nombres se me caen
yo misma me estoy cayendo
usted de todos modos
no sabe
ni imagina
qué sola va a quedar
mi muerte
sin
su
vida.
Última noción de Laura
Mario Benedetti
Porque yo no lo podré hacer
9 de abril de 2013 (2:39 p. m.) | 0 flores
Finge que no me conoces, que no me amas, que nunca nos conocimos, que tus labios nunca besaron los míos, finge que mis manos nunca rozaron tu piel, que por las noches nunca te susurré al oído lo que nadie hizo, finge. Porque yo no lo podré hacer.
Autor desconocido
Los amantes
6 de abril de 2013 (6:01 p. m.) | 0 flores
Se miran , se presienten , se desean,
se acarician, se besan , se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enancan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enalzan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.
se acarician, se besan , se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enancan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enalzan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.
Oliverio Girondo
Alguien que me ame porque sí y no porque yo le ame.
4 de abril de 2013 (2:56 p. m.) | 0 flores
Ahora siento que cuando me refiero a encontrar a la persona indicada, no me refiero a encontrar a alguien que resuelva mis problemas, ni que me sirva de muleta para cuando me sienta decaído. Tampoco me refiero a alguien que esté siempre pensando en mí, que me extrañe o que sienta que me necesita. Sino a encontrar a alguien que esté ahí, que comparta el tiempo conmigo ya que yo le compartiría el mío también. Alguien que sepa estar sin mí pero que prefiera estar conmigo, alguien que sienta y actúe pensando en un “nosotros” y no en un “tu” y un “yo” por separado. Alguien que me ame porque sí y no porque yo le ame.
J. Porcupine
Recuerdo
3 de abril de 2013 (9:28 a. m.) | 0 flores
Veníamos aquí, pensé.
Por aquí, por allá, por el césped…
Hará cuarenta años,
regresé y caminé por esas calles.
Vi la casa donde nací,
crecí y pasé mis días infinitos.
Ahora que eran cortos, había vuelto
para contemplar y mirar y observar
mi recuerdo de aquel ilimitado laberinto de tardes.
Pero, sobre todo, ansiaba el reencuentro con aquellos espacios
por los que corría
como corren los perros, por delante o detrás de los chavales;
con las rutas trazadas por los indios o por esos hermanos (prudentes y veloces)
que se creían miembros de una tribu.
Llegué al barranco.
Por poco me resbalo en el descenso.
Ya tenía mis canas,
pero mi corazón era robusto.
Allí no había nadie. Estos chicos de ahora,
¡qué cretinos! Me dije.
¿Acaso no sabéis que hay un abismo que os está esperando?
Los barrancos son de un verde especial, perfecto y agradable.
Son lugares inaccesibles, por donde deambulan pequeños rateros
y abejas bandidas que roban a las flores para dárselo a los árboles.
En las cuevas hay eco, y arroyos en los que meterte en busca de un botín:
una araña de agua, un cangrejo, una piedra preciosa
o una bota de goma perdida hace tiempo.
Son el hogar natural de los tesoros. Entonces, ¿a qué se debe este silencio?
¿Qué les ha pasado a nuestros chicos, que ya no se persiguen,
que contemplan la artesanía del Señor:
su clara sangre brotando como sirope de árboles heridos?
¿Por qué sólo veo abejas y mirlos en el viento y briznas de hierba inclinadas?
No importa. Camina. Camina, mira y recuerda con dulzura.
Llegué al roble que trepé con doce años
y por el que llamé a Skip para que me bajara.
Estaba a miles de kilómetros del suelo. Cerré los ojos y chillé.
Mi hermano, profundamente alborozado, soltó una carcajada
y subió a rescatarme.
“¿Qué hacías ahí?” Preguntó.
No se lo dije. Antes, la muerte.
Pero estaba allí para dejar en el nido de una ardilla una nota
en la que había escrito un antiguo secreto ya olvidado.
Ahora, en el verde barranco de la edad madura, me paré
bajo aquel mismo árbol. ¿Por qué, por qué, Dios mío?
Pero si no es tan alto. ¿Por qué grité?
No pueden ser más de dos metros. Subiré sin dificultad.
Y lo hice.
Y me acuclillé como un simio decrépito, dando gracias a Dios
de que nadie me viese haciendo el payaso
agarrado grotescamente al tronco.
Pero entonces (¡oh Dios, qué desazón!)
el agujero de la ardilla y su nido se encontraban allí.
Me quedé pensando un buen rato apoyado en la rama.
Me embebí de todas las hojas y de las nubes y de las sensaciones
que pasaban de manera mecánica
como los días.
¿Y qué, y qué, y qué si…? Pensé. Pero no. ¡Has transcurrido unos cuarenta años!
¿La nota que dejé? Ya se la habrán llevado.
Un chico o una lechuza blanca la habrán robado, leído y destrozado.
Habrá volado hasta el lago como el polen, como una hoja de castaño
o como el humo del diente de león que atraviesa el viento del tiempo…
No. No.
Metí la mano en el nido. Hundí los dedos.
Nada. Nada. Sin embargo, al seguir horadando
la saqué:
la nota.
Como alas de polilla dobladas limpiamente sobre sí mismas, y plegadas,
había sobrevivido. Las lluvias no la habían tocado, ni los rayos de sol habían blanqueado su superficie. La tenía en mi palma. La reconocía:
papel rayado de un viejo cuaderno de la marca Sioux.
¿Qué, qué, pero qué había escrito
hacía tantos años?
La abrí. Tenía que saberlo.
La abrí y sollocé. Me agarré al árbol y dejé que las lágrimas
me resbalaran por la barbilla.
“Chico querido, niño extraño que conoce la Historia,
que es consciente del tiempo y ha aspirado la muerte en las flores del lejano jardín de la iglesia”.
Se trataba de un mensaje al futuro, dirigido a mí,
sabiendo que alguna vez vendría, volvería, buscaría, retornaría.
Del joven al viejo. De mi yo pequeño e inocente, a mi yo grande y ya no tan ingenuo.
¿Qué ponía que provocó mi llanto?
“Te recuerdo.
Te recuerdo”.
Ray Bradbury